Katmandú. El pueblo de casas hechas con maderos que fue, queda muy lejos de la densa y apabullante capital de Nepal que es hoy. Con más de 1.000.000 de habitantes, llena de polvo, gente, suciedad y tráfico, no es una población que cause una buena impresión al viajero que llega. Es una ciudad intensa, sucia y muy contaminada, no voy a negarlo.
Y sin embargo, de alguna forma que aún no logro comprender, ese mal comienzo se va transformando en una película que llega a fascinar. Las primeras impresiones son eso, primeras tomas de contacto. Y uno no sólo se acostumbra al caos callejero. Es que incluso, al menos a mí me pasó, lo echa de menos al volver a casa. La «civilizada» ciudad occidental, se le antoja a uno más apagada y falta de vida tras el paso por un Katmandú frenético de gente, tráfico y sonrisas.
Te recuerdo que en Septiembre de 2019 vuelvo a Nepal con un viaje diseñado al que te puedes apuntar. Mira Viaje a Nepal 2019.
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Familiarizarse con la ciudad
Mi táctica para conocerla fue la de perderme sin más. Arrancar a andar sin saber muy bien adónde, y por suerte me salió bien. Aunque algún día me perdí y acabé en partes de la ciudad que no sabría decir ni dónde están, nunca me sentí amenazado. La gente sonríe y no es intrusiva en los barrios ajenos al turismo, excepto si te ven consultando Google Maps en el móvil, je, je. Entonces siempre hay alguien que te pregunta si necesitas ayuda.
Veréis que mi primera impresión fue más bien un shock no admitido. El ruido, el tráfico, la suciedad, la falta de infraestructuras, de orden… Pero es parte del proceso de acostumbrarse a una realidad muy distinta, y mucho más pobre. Cuando uno acepta eso como algo que simplemente es así, comienza a ver con otros ojos las cosas, y se abre a apreciar todo lo bueno que tiene ante sí.
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Primera impresión de Katmandú: notas del diario de viaje.
Katmandú, 4-9-2017.
«Ya desde que dejo el hostal la cosa se pone intensa. El camino sigue lo que debió ser un arroyo, y ahora es una cloaca entre una vegetación verdísima y hermosa. El mal olor y la suciedad se mezclan con la belleza de las plantas, siguiendo un camino embarrado repleto de perros, basura y gente que, sorprendentemente, no me presta demasiada atención.
Me cruzo con niños medio desnudos que juegan y ríen, vecinas que charlan… A menudo tengo la sensación de escuchar frases en español. La forma de pronunciar el nepalí, la forma de comunicarse, hacen que a veces sea muy familiar la sensación. Me he sorprendido escuchando conversaciones como si las entendiera. No las palabras claro; pero los gestos, las entonaciones… Sobre todo de las mujeres.
Puede que hables otra lengua, puede que no sepa lo que dices. Pero tú no me engañas: tu eres una mari. Y sin necesidad de traducirte, esa mano a la cabeza, esos aspavientos de la cara y ese tono, me lo cuentan todo como si estuviera en una calle de mi ciudad: «¡Ayyyyy, qué jartica estoy de tó!»
¿Lo ves? Te he entendido perfectamente.
Tras seguir el curso del arroyo-cloaca, llego a un puente sobre un río-cloaca. Las riberas están formadas por tierra, piedras y una cantidad ingente de ropa entremezclada, formando una peculiar argamasa. Los cuervos picotean y graznan entre los bancos de tierra-ropa, y esas grandes aves que parecen buitres sobrevuelan los tejados y el cuerpo hinchado de una cabra muerta, arrastrada al lodazal por la corriente.
Chabolas y casas improvisadas con grandes lonas de plástico de construcción, sujetas por cuerdas atadas a los árboles. Al otro lado edificios de cuatro plantas. Veo un internado por cuyas ventanas asoman los pies en calcetines de algunos de los estudiantes. Le dan un aire como de cárcel. Negocios, talleres, templos, suciedad, vida. Calles de barro sin asfaltar y sin aceras, hasta llegar al Viejo Katmandú.
- El Viejo Katmandú
En la ciudad antigua las calles están enlosadas. La locura habitual se transforma en un circo callejero donde todo cambia y todo se sucede a un ritmo incesante. Negocios, comercio, gente. Y más negocios, y más gente y más ruido.
Es apasionante vagabundear por toda esa locura: el Viejo Katmandú es un espectáculo. Lástima que no haya bancos ni huecos donde sentarse, porque realmente es un sitio para pararse, ponerse cómodo y mirar. Sólo mirar. Los ríos de gente, los negocios imposibles… Las risas y los encuentros inesperados se suceden mientras coches, motos, bemos y porteadores luchan y pitan sin tregua por pasar.
Lo cotidiano elevado a la categoría de show. Habría hecho miles de fotos sin parar. De cada gesto, de cada cara, de cada ruido. El cansancio, el jet lag, la confusión… Todo desaparece. No hay nada como perderse para encontrarse mejor.»
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Arquitectura newar, estupas y templos entre la multitud.
El alma de la ciudad vieja son los bahal, edificios construidos alrededor de un patio central, donde sorprendentemente se detiene el tiempo y el ruido. La vida pública se convierte en un entorno íntimo de vecinos y familias, y aún pueden encontrarse muchos de ellos.
Sorprende la belleza de algunas casas, la arquitectura newari. Sus paredes de ladrillo adornadas con magníficos trabajos de carpintería, en marcos de ventanas y puertas. Las galerías y aleros de tejado son auténticas obras de arte. Me pregunto cómo sería la vieja ciudad hace unos siglos, qué pensarían los primeros ingleses que la visitaron. Intento imaginar las personas vestidas de otra manera, con ropas tradicionales. Quitar el ruido de coches y motos y centrarme, sin conseguirlo demasiado, en la voz de las personas. Los ruidos que salen de los talleres… Cambiar los teléfonos móviles y mercancía moderna del escaparate y sustituirla por cestas, verduras, especies y prendas.
El laberinto que suponen sus calles acaba con frecuencia en confluencias y plazas, donde siempre se encuentra un templo o una estupa. Mientras unos rezan, otros compran o charlan. El culto es tremendamente mundano, el día a día forma parte de la religión. Los templos hinduistas tienen incluso una campana, para que el fiel que reza o lleva una ofrenda pueda despertar al dios. Dioses de piedra, dioses de madera, dioses incluso informes, como el famoso Dios de los Dientes. Parece que todo forma parte de lo sagrado en Katmandú: la compra, el paseo, la ofrenda, el escupitajo. No veo misticismo; sólo veo vida, caótica y ruidosa, por todas partes.
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En busca de un mito: los Gurkhas.
No es que me apasione la historia militar ni lo militar. Pero crecí en parte con tebeos de Hazañas Bélicas y películas clásicas americanas sobre la II Guerra Mundial, aventuras o el Oeste, los Sábados a las 3´30. Ya en la juventud los comics de Hugo Pratt me enseñaron a apreciar lo que de admirable tuvieron ciertos cuerpos especiales.
Los Gurkhas de Nepal, como la Legión Extranjera de Francia, son un cuerpo militar que entraron en el terreno de la leyenda. Su afán guerrero hizo que el antiguo Reino de Gorkha se convirtiera en germen del actual Nepal, al anexionarse Katmandú, atacar Tibet y pelear contra la Compañía Británica de las Indias Orientales en el norte de India, a principios del XIX.
La bravura y resistencia que demostraron, hicieron que fueran reclutados como mercenarios, hasta llegar a formar batallones de fusileros para el ejército británico. En esta armada protagonizarán combates y resistencias épicas que los convirtieron en una leyenda de la historia militar, como la marcha a Meerut en India de 1857, para la que tuvieron que cubrir 48 kilómetros diarios.
En el Viejo Katmandú aún permanece la casa que les sirvió de cuartel. Perdida en una calle, junto a una espectacular casa newar, la fachada presenta un friso con Gurkhas desfilando como muestra del orgullo de este cuerpo.
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La Plaza Durbar de Katmandú.
Existen tres plazas durbar en el Valle: la de la capital, la de Patan y la de Baktapur (quizás te interese mirar El Valle de Katmandú).
La de Katmandú fue quizás la más castigada por el terremoto, con varios edificios arruinados y desaparecidos. En mi viaje de 2017 aún se podían ver trabajos de desescombro, así como el Palacio Real apuntalado. Se trata de un espacio histórico vital, donde se encontraba no sólo la sede del poder (los palacios reales) si no la justificación de ese poder en forma de edificios religiosos: templos, el Palacio de la Kumari (la diosa niña viviente que cada año es procesionada en el Indra Jatra), altares…
Y cómo no, la desbordante vida cotidiana de la ciudad invade cada rincón aquí también. Puestos de mercado, gente que pasa, grupos de amigos/familia charlando sentados en los plintos de las pagodas, gente haciendo ofrendas, turistas sacando fotos y buscadores de turistas para proponerles un recorrido guiado.
El acceso para extranjeros es de pago, 10€ que muchos mochileros tratan, vergonzosamente, de esquivar. Viajar sostenible no es sólo respetar a los animales: estamos en uno de los países más pobres, si no el que más, de Asia; eso debe ser respetado también. Y si con ese dinero contribuimos en algo por poco que sea, a restaurar los monumentos y a que las familias de los vigilantes se ganen el pan, bienvenidos sean.
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Thamel: territorio turista.
Thamel es el barrio turístico por excelencia de Katmandú. Su transformación comienza en los 70, cuando los hippies (aunque los que hacían el camino preferían llamarse freaks) son deportados de Freak Street cerca de Durban Square, y varios artistas y hippies comienzan a alojarse y buscar acomodo allí.
Hay que tener en cuenta que los orígenes del turismo a Nepal se debe a la ruta del Hippie Trail, un viaje atravesando Medio Oriente desde Turquía que acababa en diferentes destinos, todos relacionados con la droga y la espiritualidad: Katmandú, Goa, Bangkok, etc. Y en los 60 la venta de marihuana y polen era legal en Nepal, controlada por el gobierno.
Cuento todo esto porque hoy en día, Thamel tiene algo de corrupto. La tradición del consumo de drogas continúa, y a mí personalmente me ofrecían continuamente marihuana cada vez que iba por allí. Y setas alucinógenas, y opio… El primer día me sorprendió bastante porque todos los «camellos» (que suelen ser conductores de bemos, taxistas e incluso comerciantes, gente que complementa el sueldo) me miraban incrédulos cuando decía que no fumaba… Al entrar a un baño pude verme los ojos y claro, los llevaba rojos como dos tomates, y lo entendí todo. La polución de Katmandú y las lentillas no hacen buenas migas. Pero ellos pensaban que era de fumar porros, ja,ja,ja.
Esto no quiere decir que sea un barrio inseguro, no lo es. Se puede ir por la noche a tomar unas copas, fumar una shisha y uno ve que hay policía por todas partes. Pero también hay fiestas trance, mucho joven americano nieto de la revolución de las flores, que un día hace yoga y al siguiente se mete un fiestón con alucinógenos. Son cosas que pasan, je,je.
Para los demás, Thamel es un barrio que ofrece todo lo que el turista que visita Nepal pueda necesitar: tiendas de artesanía, pensiones, hoteles, restaurantes, agencias de viaje, agencias de trekking y aventura, tiendas de ropa de montaña, alimentación, móviles, etc, etc…
Una detrás de otra sin solución de continuidad, que le dan un aspecto tan ajetreado y ruidoso como cualquier otra parte de Katmandú. Pero fuera de las 4 calles principales, hay callejones más tranquilos, con menos tráfico y ruido, donde se puede encontrar alojamiento barato y descansar por las noches.
Todo forma parte de la misma realidad, los locales y los turistas. El pasado de la parte vieja y el presente del turismo que vuelve a inundar las calles tras el terremoto de 2015. Aunque ya no sea tan exótico, aunque sea sucio y ruidoso, merece la pena perderse por Katmandú.
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