Yakarta, Indonesia.
21:24 hora local.
El primer round lo gana Yakarta por goleada.
Pensé encontrarme una ciudad mucho más occidentalizada, teniendo en cuenta que es una metrópoli. Pero me he visto desbordado en el paseo de hoy… Ni siquiera sabría decir dónde he estado.
Las calles y la gente.
Dejar el hotel me ha sumergido en unas calles sin aceras repletas de coches, motos, gente mezclándose en un caos ruidoso y loco. La falta de un sitio determinado para caminar y los desagües abiertos han sido lo primero en impactarme. Y el olor a aguas sucias. Los puestos a pie de calle que parecen chabolas, pero que son negocios ¡y de todo tipo! Talleres de coches, almacenes de madera, warungs, alquiler de motos, venta de agua o de frutas… A ratos he sentido auténtico asco, al andar entre las conducciones de aguas residuales como si fueran acequias a pie de calle.
Y casi no hay turistas occidentales. La gente te mira extrañada, te saluda. Unas niñas de uniforme me dicen «Hello» nerviosas, y se echan a reir cuando respondo. La gente sonríe, y yo sonrío también. Es Extraño, pero soy consciente de que así es como viven ellos, esa es su normalidad. Y si ellos sonríen, yo sonrío. ¿Por qué no?
Es cierto que es chocante, es cierto que es muy loco, es cierto que es muy sucio. Pero no me malinterpretéis: me gusta. Tras el asombro y el juicio de una mirada occidental, está la fuerza de la curiosidad y el gusto por lo diferente. Para eso vine aquí. No juzgo en negativo.
Vivir bajo el tren
Al doblar una esquina, aparece una calle como un bulevar ficticio que en realidad, es el espacio bajo unas vías de tren elevadas. Aunque el recorrido está vallado, el espacio está ocupado hasta el último centímetro por más puestos, negocios imposibles, aparcamientos de motos. Incluso familias sentadas en colchones que, me ha dado toda la impresión, viven allí.
Me he sentido inseguro. Ver esa pobreza… No se. Quizás yo asaltaría a un viajero como yo si viviera así. Pero lo cierto es que ha sido un temor particular. Nadie me ha abordado, no ha habido ninguna situación de peligro. Si no se cuenta el cruzar los cuatro carriles de circulación medio a la carrera entre motos y bemos, sorteando el tráfico como un torero para no ser atropellado. Cruzar la calle en Yakarta es un deporte extremo.
Avenida… ¿principal?
Otro nuevo giro y aparezco en una avenida principal, ni sé cual es. Hay varios centros comerciales y tiendas por todas partes. Al principio pensé que eran sedes corporativas, pues están separadas del tráfico por vallas y los accesos, son con barreras y guardas de seguridad. Pero no, simplemente son así. Tienes que entrar sin más.
En esta avenida ha sido donde he visto a los únicos turistas occidentales aparte de mí. Una pareja joven y atractiva, quizás australianos o americanos por el aspecto. He sentido deseos de hablar con ellos, más que nada porque todo era tan apabullante, rápido y distinto que hubiera necesitado que alguien me dijera «¡Sí, a mí me parece igual!». Tan desbordado me he sentido que no he sido ni capaz de sacar dinero en un cajero. Mañana no tengo excusas, más que nada porque no tengo un duro ja, ja, ja.
Y el calor tropical para un hipotenso como yo… ¡Ah! ¡Ese caloorrrr! Es la sensación continua de llevar ropa mojada de manga larga en un día de verano. Aunque estés en cueros, es igual. Sólo el bendito aire acondicionado quita esa sensación de un ambiente denso y húmedo.
La noche y el skyline de Yakarta
Viendo que no sabía a dónde ir ni dónde estaba, y agotado tras un viaje de 24 horas casi todo el tiempo sentado, decidí volverme al hotel.
Al despertarme de la larga siesta ya era de noche aunque sólo eran las 7. He abierto las cortinas y de repente me he encontrado con un nuevo espectáculo: la noche se había llevado la vista de los tejados sucios y bajos, las luces apenas alumbraban las calles.
Y sobre el horizonte de casas bajas, las sombras enormes de rascacielos imposibles como constelaciones eléctricas, mientras de fondo cantaban la llamada a la oración… Yakarta desaparecía. Blade Runner. Estaba dentro de Blade Runner.
Me he quedado medio a oscuras, me he encendido un cigarro junto a la ventana, absorvido por ese paisaje contradictorio de futurismo y paisanaje.
«Allahu akbar, wa la Allah illa´Allah»
El almuecín canta bien e invade la escena como una banda sonora. Fundido a negro.
Me dejo llevar…
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