[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»3168″ img_size=»full» add_caption=»yes» alignment=»center»][vc_separator color=»green»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]La Granada barroca es una gran desconocida para los que visitan esta sorprendente ciudad. Fuera de tópicos, que Granadino Errante se esfuerza en desmontar, hay todo un mundo: esa otra Granada compuesta de mil granos, como la fruta que la representa. Mil facetas, mil realidades, mil Granadas en una sola ciudad.
Esta fotografía es un detalle de una escultura secundaria de uno de los espacios barrocos más importantes de la ciudad; consultad 10 motivos para visitar la Cartuja de Granada para saber más de él. Y quería fijarme en un detalle de los muchísimos posibles, precisamente para ilustrar algo que ya he comentado en otras ocasiones: la Granada barroca tiene una calidad, un nivel de maestría completamente desmesurado, para las circunstancias en las que se desarrolló.
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La ciudad pobre y provinciana que creó joyas.
Granada tuvo una entrada arrolladora en la Corona de Castilla. Sede arzobispal, ciudad con voto en Cortes, sede de tribunal de la Inquisición, sede de Capitanía General, sede de una de las dos únicas Chancillerías, sede de panteón real, ciudad universitaria…
La reciente conquista trajo a algunas casas de la aristocracia castellana a la ciudad. El comercio de la seda y la lana hizo que se establecieran mercaderes italianos que levantaron ricos palacios y amasaron desorbitadas fortunas. Se construyó una de las mayores catedrales del mundo… Todo parecía imparable y prometedor.
Pero el pasado musulmán de la ciudad fue algo imperdonable y nunca resuelto. Tras la expulsión de los moriscos, que provocó una catástrofe demográfica y económica en todo el reino granadino, todo se desmoronó.
La Granada cosmopolita, mimada por reyes y emperadores, visitada y admirada por embajadores extranjeros y viajeros, se convirtió en una ciudad empobrecida. Provinciana y decadente, se encerró en los valores más rancios y tradicionales, repleta de hidalgos con más soberbia que cultura, curas y monjas. Otra cosa no, pero iglesias, conventos y monasterios, proliferaron por la ciudad hasta competir con la mismísima Roma en la cantidad de órdenes establecidas.
Y ahí aparece el milagro de la Granada barroca. De una ciudad pobre y anodina, surge una escuela artística con un brillo y una calidad deslumbrante. Una escuela que no sólo destaca en pintura, arquitectura o escultura; sino principalmente en decoración, entendiéndola en el sentido moderno del término. O si lo preferís, traduciendo a nuestros días, diseño de interiores.
Se crean obras como la Cartuja, el Camarín de la Virgen del Rosario o la Basílica de S. Juan de Dios; u otros templos como San Justo y Pastor. Se reordenan espacios ciudadanos convertidos en vías-sacras (Calle San Jerónimo), se hacen palacios, la universidad jesuita… Un legado disperso por la ciudad que ha dado algunas de las obras cumbres barrocas en España.
Y siempre hay que fijarse en los detalles. Por más que abrume el conjunto, hay que fijarse en la delicadeza de las manos de una escultura, la labor de madera y espejos de un púlpito, los mosaicos de mármol de un suelo…. La Granada barroca es una maestra de la decoración y los oficios artesanos.
Algún día os haré una guía detallada sobre esta faceta desconocida de la ciudad. Pero mientras tanto, no dejéis la oportunidad de descubrir esa flor que creció entre el barro: la Granada barroca.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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