Pashupatinath fue sin lugar a dudas el lugar que más me tocó de Nepal. Y no me refiero al monumento en sí, que merece la pena ser visitado; me refiero al ambiente, a la gente, a las ceremonias que se celebran allí. Bueno, vamos a hablar en plata. Me refiero a la muerte. Pashupatinath es el lugar donde los cadáveres son despedidos e incinerados. Esto no quiere decir que sea un lugar triste ni lúgubre. Al contrario, es hermoso. Y como todos los lugares destinados a los muertos que he conocido, tiene un enorme halo de paz.
Pero nunca había estado en una ceremonia hinduista de este tipo, ni en un lugar de esta religión destinado a la despedida definitiva. En Bali el hinduismo es diferente, y las cremaciones son tremendamente caras, por lo que lo habitual es que el cuerpo sea enterrado hasta que la familia consiga reunir el dinero para incinerarlo. Además no hay ghats, los sitios para cremación que sí existen en India y Nepal.
En Pashupatinath todo sucede ante la vista. La vida y la muerte en el hinduismo se mezclan de forma casi obscena. Una familia llora mientras parejas de novios se susurran, o amigos pasean y se hacen fotos. Todo es una misma cosa, todo es sagrado y vulgar a la vez. Como ya comenté en Katmandú: la calle como espectáculo,
“Parece que todo forma parte de lo sagrado en Katmandú: la compra, el paseo, la ofrenda, el escupitajo. No veo misticismo; sólo veo vida, caótica y ruidosa, por todas partes.”
Pashupatinath me dejó tan perplejo que de hecho lo visité dos veces. La primera semana de estar en Katmandú, y el día antes de volver a España.
En el templo de #Pashupatinath todo sucede ante la vista. La vida y la muerte en el #hinduismo se mezclan de forma casi obscena. #Nepal
Cómo llegué (y volví de la misma forma)
No quería que me engañaran con un taxi (no se me da muy bien eso de regatear), así que me dirigí con mi inseparable Google Maps hacia Ratna Park; desde allí salen las miniván que llevan al complejo. Pero una vez allí, el gentío era tal que me agobié.
Veía a las personas salir a la carrera para coger el van que necesitaban, casi al vuelo. Las personas iban tan apretadas que brazos, piernas y cabezas salían por la puerta de las pequeñas furgonas, como si fuera una imagen de Kali y sus innumerables extremidades.
Para colmo, casi delante de mí vi como una desaceleraba y una chica vestida de uniforme luchaba por salir como podía. Aquello era como un parto en cuestión de segundos, con una figura formándose a empujones entre una masa informe de carne. Lo último que quedaba por salir era una pantorrilla que estaba atrapada entre los cuerpos, pero la vida no para ni un segundo en Katmandú.
La minivan comenzó a acelerar de nuevo y la chica terminó rodando por el suelo con mochila incluida. En décimas de segundo se incorporó, se sacudió el polvo y comenzó a andar como si fuera lo más natural del mundo, rodeada de pitidos y tráfico.
Con la boca todavía abierta, miré cómo llegar andando a Pashupatinath y enfilé la calle sin dudar ni un momento en si coger una miniván o no. El paseo fue considerable, pero me permitió comprobar que en Katmandú son caóticos hasta los extrarradios. Además pude ver una gran cantidad de talleres de carpintería newar en el camino, tallando maravillosas puertas y ventanas.
El recinto de Pashupatinath
Lo cierto es que el complejo es un lugar hermoso que merece la visita. La vista del río encajado entre los ghats y las gradas, las construcciones, las ermitas para sadhus y el bosque…
Es algo que hay que ver sí o sí, especialmente al atardecer. Pashupatinath es el templo hinduista más antiguo y sagrado de Nepal, y está dedicado al dios Shiva. Es Patrimonio de la Humanidad, por lo que está incluido entre las 5 visitas imprescindibles del Valle de Katmandú.
Es un lugar de peregrinación al que acuden a morir muchos ancianos, tanto nepalíes como hindúes; de hecho en la zona no accesible del conjunto, una de las construcciones más antiguas está reservada para estos peregrinos.
Ya que se considera que quien muere en este templo sagrado, se reencarna directamente en humano. Aunque la entrada a las zonas más sagradas no está permitida a los viajeros, hay templos, construcciones y ruinas suficientes como para pasar varias horas paseando y mirando.
La leyenda del templo.
Se dice que Shiva andaba con su consorte Parvati cuando llegaron a orillas del río Bagmati y, asombrados por la belleza del lugar, decidieron transformarse en ciervos y vivir allí. Es bajo esta forma en que Shiva recibe su nombre local nepalí, Pashupati, el Señor de las Bestias.
Tan felices eran allí que abandonaron sus obligaciones como dioses, hasta que una alianza de otros dioses y humanos decidieron hacerlos volver a ocupar su lugar. Hubo una lucha y en la batalla, Shiva perdió una de sus cornamentas. Este cuerno sería adorado como lingam (símbolo fálico) y para preservarlo se construyó el primer templo del lugar, que pasó a llamarse Pashupatinath.
Por todo esto está considerado uno de los principales templos de Shiva del mundo.
2. La visión de las cremaciones.
Si algo tenía claro, era que no iba a fotografiar ni observar en plano cercano las cremaciones. Pienso en que yo estuviera en el trance de un funeral, y cómo me sentaría que grupos de turistas se sentaran a hacernos fotos y mirar mientras tanto. Lo llevaba más que pensado desde antes de dirigirme al templo.
Pero desde lo alto de las gradas frente a los ghats, tras una hilera de ermitas, se puede observar discretamente sin sentir que uno se está metiendo en donde no pinta nada. Además la distancia hace de filtro frente a posibles visiones desagradables: no hay que olvidar que al fin y al cabo, están quemando un cuerpo humano.
Y antes de la cremación hay una serie de ritos donde se lava el cadáver y se prepara… Dejo la información y que cada uno actúe según su estómago y su empatía.
3. Sadhus trending topic.
Pues sí, los sadhus u hombres santos de Pashupatinath son mundialmente famosos. No he parado de ver fotos de los mismos que yo vi en redes sociales y blogs; cosas de la globalización jeje. Además por una limosna puedes sentarte con ellos y hacerte fotos. Yo, para no variar, no quise hacer eso.
Me choca lo de que un asceta venda su “peculiaridad” y se deje fotografiar en la categoría de “atracción turística”, que al fin y al cabo es lo que buscan quienes se fotografían con ellos: un suvenir exótico. Imagino que ellos piensan eso de “dame pan y dime tonto”, pero bueno. Soy como soy y preferí fotografiarlos desde la distancia.
4. Paseando por el complejo.
Pashupatinath ocupa una extensión considerable, y cruzando el río espera un largo y precioso paseo entre monos, ruinas y bosque. Se ve que en el pasado albergó bastantes más edificios pues los restos son antiguos. El terremoto de 2015 no afectó demasiado al templo.
Una visión personal de Pashupatinath
Cuando por fin llegué a las proximidades, estaba atardeciendo; un enorme tráfico de coches, motos y personas entraban y salían de los alrededores del templo. Tiendas de ofrendas, collares de flores, imágenes religiosas, cuentas de oración, figurillas… Todo anunciaba la proximidad de un lugar sagrado.
Empecé a buscar la entrada, y me topé de frente con una visión, de esas que te sacuden como un bofetón, y te dejan igual de desnortado. Yo he decidido llamar a esta sensación “lo tremendo”. Porque algo dramático te hace llorar; algo injusto te hace rebelarte. Pero lo tremendo te supera, te deja bloqueado.
Uno lo ve, se queda en blanco, y continúa haciendo como por inercia; incapaz de procesar en el momento lo que ha presenciado.
Mi primer encuentro con “lo tremendo” en Pashupatinath.
Yo estudié en un colegio católico. Desde pequeño había oído hablar de enfermedades malditas de la antigüedad, de lo incurables que resultaban y del enorme estigma social que suponía el contraerlas. Nos explicaban con detalle lo que era un lazareto, lo que implicaba contraer la lepra, las tremendas secuelas físicas de quienes la padecían.
Todo por supuesto para hacer brillar más la compasión y los milagros de Jesús de Nazaret; pero a uno esas historias tremendas y esas detalladas exposiciones sobre cuerpos informes, le entraban en el imaginario de lo mítico, algo que alguna vez existió; irreales y terroríficas como los demonios, los fantasmas o las brujas. Cosas que asustaban, pero que no existían.
Y de repente, intentando encontrar la entrada de Pashupatinath, me encontré de bruces con todas esas cosas que yo creí que no existían. Tendido en el suelo, reducido casi a un tronco con muñones, había un leproso. Mi primer instinto, aparte de quedarme petrificado, fue el de taparme la boca y la nariz pensando en que era contagioso.
Pero no llegué a hacerlo, simplemente porque mi cuerpo no reaccionó. Me quedé inmóvil , mirando esa cara medio comida por la enfermedad, la forma en que se agitaban pidiendo limosna los lugares donde debieron haber una pierna y un brazo. Las escaras y heridas abiertas que mostraba sin ningún pudor… Y como en una respuesta automatizada, me di la media vuelta y me enfilé hacia las taquillas como diciéndome “esto no ha pasado”.
Pero sí pasó, y cuando uno procesa los viajes tras volver de ellos, ésta como otras visiones que te sacan totalmente de tu mundo habitual, te hacen darte cuenta de hasta qué puntos somos afortunados.
Y qué poco valoramos cosas que para nosotros son básicas, pero en otros lugares son un lujo. Hay zonas donde las brujas, los demonios y los fantasmas existen. Y viajar es estar dispuesto a reconocer también eso.
Segundo round: Pashupatinath 2 Viajero 0
Una vez pagada la entrada y sorteados los primeros guías que ofrecían sus servicios, entré en el recinto con cierto temor. “Veremos a ver lo que me encuentro yo aquí” pensaba.
Y de repente caí en la cuenta de la música. Una música amplificada y hermosa, más bien alegre. Giré una esquina y llegué a una visión por fin abierta. Y de nuevo me quedé noqueado, aquello parecía más una feria con verbena. Música alegre a un volumen considerable, turistas fotografiando, una enorme cantidad de gente sentada en las gradas como el que asiste a un espectáculo, parejas de novios y grupos de amigos paseando, niños gritándole a los monos y riendo…
¿No era éste un templo de muerte? Comencé a cruzar el puente sobre el Bagmati y vi que había tres cremaciones… ¿Cómo era posible ese ambiente entonces? Está claro que funcionan otros conceptos y otras mentalidades en el hinduismo, pero el choque de esa visión me dejó completamente descolocado. Puedes escuchar la música que grabé en este reproductor.
La segunda visita.
En esta ocasión, fui en scooter que había alquilado (puedes leer “Alquilar un scooter en Katmandú”); el templo estaba bastante menos concurrido. Tampoco había música, se ve que los fallecidos de ese día no podían pagar tantos fastos..
Además fui acompañado por un viajero israelí al que conocí el día anterior en Thamel. Él tenía mucha curiosidad por ver las ceremonias, pues como me explicó, en un funeral judío nunca se ve el cadáver. Nunca había visto un muerto y sentía una profunda curiosidad por ver cómo se hacía todo lo relativo a esto en el hinduismo.
Yo esa parte me la salté y me dediqué a tomar fotos y pasear, pues ya lo había visto. Pero encontrarse dos personas de culturas diferentes ante otra cultura totalmente distinta, fue bastante enriquecedor. Estuvimos charlando y comentando toda la tarde mientras paseábamos, sobre Katmandú, Israel, España, los lugares que conocíamos, lo que nos había impresionado Pashupatinath…
Como siempre viajar trae sorpresas y conocer a este viajero fue muy de agradecer
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