[vc_row][vc_column][vc_single_image image=»3001″ img_size=»full» add_caption=»yes» alignment=»center»][vc_separator color=»green»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]A Sao Miguel de Azores se la podría conocer como «La Isla de las Vacas», por la enorme cantidad de estos animales que hay. Encuentras vacas en los prados, en los acantilados, en los montes y en los caminos. Quizás esa abundancia y su trato con los humanos hace que alguna confunda un poco las cosas, y se equivoque de especie a la hora de pensar «éste es para mí».
No seré yo quien rechace un romance viajero, ya os lo conté en «los amores de viaje«. Pero hay cosas que no pueden ser, amores imposibles condenados a no existir.
Esta la historia de…
-
La vaca enamorada de Ribeirinha.
El viajero (servidor) iba fascinado por las vistas de los campos de cultivo y los montes verdísimos, apenas unas horas después de aterrizar en Sao Miguel de Azores. La luz comenzaba a dorarse con la tarde, arrancando a la hierba tonos ocres que resplandecían entre los prados segados.
Atrás había quedado la pequeña Ribeirinha, que ahora no era más que un caserío blanco desparramado entre las ondulaciones del terreno. El destino era la Ponta do Cintrao, un acantilado recomendado por el dueño del alojamiento. Quizás las vistas no fueran tan espectaculares como le prometieron al viajero, quién sabe. Pero eso no importaba, porque el paseo siguiendo la carretera rural era tan hermoso que valía la pena de por sí.
Tras una pronunciada curva el camino se convertía en una acusada pendiente, tras la que se abría un prado tan verde y brillante como si fuera de algas, con algunas vacas pastando. El caminante se paró para admirar la vista, respirando profundamente la felicidad que sentía de haberse decidido a viajar a la isla. Todo estaba siendo perfecto y más hermoso de lo que esperaba.
Fue pasando tranquilamente la vista por las casas ahora lejanas, las lomas repletas de vegetación, las vacas que pastaban tranquilamente, una vaca que mira fijamente (qué simpática), algunas palomas volando, la preciosa luz del atardecer…. «Esa vaca no deja de mirar» piensa el viajero sintiendo los ojos del animal clavado.
«Le devolví la mirada curioso, pensando si el animal me consideraba una amenza, o qué motivo sería el que la hacía mirarme así.
A la misma vez que decidía seguir mi camino y girarme, la vaca comenzó a andar pesada y resuelta hacia mí.
Yo no le dí más importancia y comencé la subida con ganas, queriendo llegar al mirador antes de que desapareciera esa preciosa luz que había. Los cañaverales servían para delimitar los prados y el camino, y la cuesta empezaba a hacerme respirar fuerte por…
Muuuuuuuuhh!!
Juro por lo que quieras que ese «muu» sonó a «veeeen». Me giré sorprendido por la profundidad y volumen del mugido y allí me encuentro a la vaca, en mitad de la carretera, a unos 80 metros de mí. Al mirarla vuelve de nuevo a llamar. «¡¡Muuuuuuuuuu!!».
«Esta se ha pensado que soy el pastor» me dije. Y seguí andando algo confundido. Subí…subí… me giro a mirar y veo que ella me sigue. A su paso, con sus pezuñas que truenan contra el asfalto, y me vuelve a llamar «Muuuuuuuuu»
Esta vez no lo pude evitar y me dio la risa, pero también algo de intranquilidad. Si venía un coche rápido, podría lastimarla y haber un accidente; aunque en todo el tiempo apenas me había cruzado con una camioneta cargada de recipientes para la leche.
Decidí acelerar el paso para dejarla atrás y que no me siguiera, podían pensar que quería robarla, o que había hecho que se escapara, yo qué se… Y no querría… ¡Muuuuuuuuuuh!
Joder, no hay manera. Esta no para de venirse detrás.
Muuuuuuuuu.
Nada, que sigue. Ni que ande más deprisa ni que… ¡Muuuuuuuuuuuuuuuuu!
Vaca de mierrdaa… Irra, ¡irra!
Comencé a chascar la boca y a agitar los brazos como queriendo espantarla, pero lo único que conseguí es darle ventaja para acercarse y una nueva salva de mugidos.
Ahí ya me entró la risa sin parar y seguí caminando, soltando una carcajada a cada «muuuu» que escuchaba. Pobre animal. Estaba claro, se había enamorado de mí.
Y lo que empezó como una anécdota se transformó en una persecución en toda regla durante nada menos que 15 minutos cuesta arriba. Me dio tiempo de grabar un vídeo para la familia y amigos, con la vaca mugiendo como una loca y siguiéndome, y yo riéndome de la situación tan absurda. Incluso a volverme, sacar la cámara de la mochila y tomar esta foto que veis.
Al final, por más que me riera, sentía pena también de la vaca e hice el último tramo corriendo y echando los higadillos por la cuesta; quería dejarla definitivamente atrás y que dejara de seguirme, no fuera a ser que se perdiera. Lo que por suerte para ella no acabó pasando.
Llegué al mirador y ya no escuché más llamadas, ni apareció el pobre animal. Si yo había llegado sin respiración, ella devió cansarse mucho antes con semejante volumen de cuerpo. Debo decir en su favor que luchó por mi atención mucho más duramente de lo que lo han hecho muchas personas.
Su insistencia y su interés no me dejaron indiferente. Y aquí está esta foto y esta historia para demostrarlo. Vaya esta entrada en honor de la vaca enamorada de Ribeirinha.»
Fin.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
Deja un comentario