[vc_row][vc_column][vc_column_text css=».vc_custom_1522013968139{border-top-width: 1px !important;border-right-width: 1px !important;border-bottom-width: 1px !important;border-left-width: 1px !important;padding-top: 10px !important;padding-right: 10px !important;padding-bottom: 10px !important;padding-left: 10px !important;border-left-color: #497b0d !important;border-left-style: solid !important;border-right-color: #497b0d !important;border-right-style: solid !important;border-top-color: #497b0d !important;border-top-style: solid !important;border-bottom-color: #497b0d !important;border-bottom-style: solid !important;}»]La Casa de los Tiros es una casa granadina del S. XVI, situada en el barrio del Realejo. Actualmente alberga un museo, bonito y rápido de ver. Podéis leer la entrada sobre él en Museo Casa de los Tiros. Pero en esta entrada he querido contaros la historia tras la fachada, para que conozcáis mejor lo que veis si os decidís a visitarlo. La historia de esta casa es paralela a la realidad de la nueva Granada tras la entrega de 1492. Todo se transformaba, se intentaba por todos los medios borrar o al menos disimular lo que la ciudad había sido. Ahora pertenecía a Castilla, su religión y sus leyes eran las cristianas; y pertenecía a un imperio en constante expansión, que hacía reales los ideales caballerescos, aunque el precio fuera la sangre. Me he tomado la libertad de contaros su historia como un relato, vista desde el punto de vista de los perdedores. No quiere decir que sea mi parecer, pero creo que a veces es bueno ponerse en el otro lado, e intentar ver las cosas desde su perspectiva.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row content_placement=»bottom» parallax=»content-moving» parallax_image=»2569″ parallax_speed_bg=»1.7″][vc_column][vc_empty_space height=»300px»][vc_empty_space height=»200px»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_empty_space][vc_column_text]
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La Casa de los Tiros: una historia en primera persona.
Cuando me empezaron a transformar, todo el que era alguien en la ciudad se estaba construyendo una casa apropiada a la grandeza de su apellido. Zafras, Fernández de Córdoba, bazanes, Levanto, lomelines… Todos usaron su vivienda como panfleto en el que leer su honra, su riqueza y su sangre. Mi historia no sería muy diferente, de no ser porque para mostrar lo que mis moradores querían enseñar de sí mismos, tuvieron que hacer desaparecer lo que no les interesaba que se viera de mí. La historia de mi construcción es la historia de un intento de matar lo que yo había sido. Pero no fue un crimen perfecto. Empezaron por recubrir la fachada con piedra. Crearon una nueva identidad para mí llena de héroes, guerreros y dioses. Jasón, Mercurio, Hércules, Teseo y Héctor. La antigüedad clásica era mi nuevo origen, dejando poco lugar a dudas sobre el carácter noble, bélico y culto de la familia. Y por si no quedaba lo bastante claro, añadieron el emblema en el dintel, un corazón y una espada con el lema “el corazón manda”. Y tres aldabas que insistían con versos grabados en honor a la lucha:
“¡El corazón manda! Gente de guerra, ¡ejercita las armas! El corazón se quiebra hecho aldaba, llamándonos a la batalla. Aldabadas son que las da Dios, y las siente el corazón.”
Remataron mi altura con mosquetones que apuntaban amenazantes al horizonte. Apuntando a todo, a todos. Nada quedaba libre del disparo de las armas; por eso me empezaron a conocer como la Casa de los Tiros.[/vc_column_text][vc_single_image image=»2570″ img_size=»full» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]Abrieron nueva entrada rasgando mi base, y construyeron un zaguán poblado de unicornios, leones y monstruos. Como los que derrotaban en los libros de caballería, o en los mitos de griegos y romanos. Como me derrotaron a mí misma. Y sobre él, transformaron la sala vacía en uno de los salones más fastuosos de toda la ciudad. Repleto de referencias cultas a la historia, la mitología y la religión. No se cansaron de autoproclamar sus propias alabanzas, falseando todo lo que había sido. Lo que había sido yo, lo que había sido la ciudad y lo que habían sido ellos. Cubrieron mis paredes de pinturas y bustos en altorrelieve al estilo italiano. Me colocaron puertas nuevas talladas. Labraron un nuevo artesonado, desde el cual las cabezas de los vencedores coronaban a la familia; reyes, reinas, héroes, heroínas, guerreros… Nombres escritos con oro, que relucían al entrar el sol por los dos nuevos ventanales.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_single_image image=»2571″ img_size=»large» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Oro en las leyendas, en las coronas y detalles. Mi sala, que había sido apenas un espacio vacío para guardia, ahora refulgía con el sol. La Cuadra Dorada la llamaron. Y en ella celebraron banquetes y recepciones, tañeron música y leyeron poemas y romances. Invitados nobles y eruditos de toda la ciudad, catedráticos de la nueva universidad. Como si no hubiera pasado nada, como si siempre hubiera sido así. Todo era cristiano, todo era heroico. Los ganadores se lo quedaron todo. La tertulia de la cuadra se convirtió en una institución del buen gusto, el saber y la nobleza de Granada. Y todos asistían honrados y correspondían reverenciando a los anfitriones, entrando en ese juego de falsías aceptadas y verdades convenientemente dejadas de lado. Ahora ellos eran nobles cristianos, y yo una casa palaciega.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=»2572″ img_size=»large» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]Sin embargo una parte quedó como testigo de mis raíces y de las suyas. El patio no pudieron ocultarlo. Derribar todo lo anterior habría sido una locura tremendamente cara, y ya habían gastado una fortuna en la transformación. El pequeño patio, con sus 4 columnas nazaríes en dos de los lados, fue el cabo suelto que dejaron y que contrariaba todo lo que habían remozado alrededor. 4 delgados elementos que se convirtieron, sin querer, en mi venganza personal. Al ver las columnas todo el mundo sabría que la casa era una mentira, no era la vivienda de un caballero cristiano. Era nazarí, como sus habitantes y como yo misma. Aunque me disfrazaran de torre heroica, no era más que una torre de la muralla de la judería de Granada. Y mis moradores, los Granada-Venegas, no eran cristiano viejos ni héroes. Ellos ayudaron a entregar el reino al que yo defendía, cambiando una vez tras otra de bando, de apellidos y de religión. Marqueses, caballeros cristianísimos… Pero siempre estarán las 4 columnas para recordar sus orígenes, y la historia de su traición a aquello que debían defender.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_single_image image=»2573″ img_size=»large» add_caption=»yes» alignment=»center» style=»vc_box_shadow_3d»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
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Breve apunte sobre sus moradores.
El caballero Gil Vázquez de Rengifo, Comendador de Montiel, se instaló en Granada tras su participación en la guerra de conquista. Adquirió una torre y casas colindantes sobre 1530 que son el esqueleto original de la casa. Pero la transformación más profunda vendría de manos de los Granada-Venegas, al casarse la hija del caballero con un miembro de este linaje, y quedar incorporada la Casa de los Tiros a su patrimonio. En un principio los Granada-Venegas, vivían en el Palacio del Infante (de Cetti Meriem, pues era un palacete nazarí). La Casa de los Tiros fue residencia del heredero al mayorazgo de la familia, que acabó alcanzando el título de Marqueses de Campotéjar. La casa se convirtió en la nueva residencia oficial de la familia. Pero a pesar de ser marqueses y caballeros de distintas órdenes, Alcaides del Generalife y un sinfín de cargos concedidos por merced real, el origen de la familia era nazarí. Y de nada menos que sangre real, descendientes del emir Yusuf IV de Granada. La cristianización de la familia fue a partir de Sidi Yahya al-Nayyar, quien contribuyó activamente a la caída del Reino de Granada, a cambio de ventajosas mercedes prometidas por los Reyes Católicos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_single_image image=»2574″ img_size=»medium» add_caption=»yes» alignment=»center»][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]Se bautizó como Pedro de Granada ante el mismo rey Fernando en 1491, una vez que estuvo seguro de las ventajas económicas y sociales que obtendría; siendo el inicio de uno de los linajes nobiliarios más importantes de la Granada cristiana. Su orgullo de sangre noble y su deseo de aparecer como cristianísimo, convirtieron a la Casa de los Tiros en una morada “de manual” para un caballero cristiano del S. XVI. Pero como tantas casas y familias de Granada, la historia de la Casa de los Tiros se construyó sobre una realidad anterior, que se quiso a toda costa ocultar.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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